ToC - Cofre, arena y huesos rotos

Recuerdo que alguna vez Alex me contó sobre una misión que el rey siempre encomendaba a sus soldados pero hasta ahora ninguno había aceptado debido a rumores sobre criaturas temibles que aparecían por las noches en el bosque, maldiciones o porque el sitio donde se suponía debían de ir no formaba parte del territorio de alguno de los cuatro reinos; siempre quedo en eso, en una historia que por alguna extraña razón ahora repiqueteaba constantemente en mi mente. Y si, están en lo correcto si creen que me dejé llevar por mi curiosidad, como siempre, no habría de sorprender a alguien. Recabé la información necesaria, tracé el camino que debía seguir al parecer no estaba tan lejos podría ir a pie y regresar sin que nadie lo notara.

Partí antes del amanecer y no fue muy difícil llegar. Algo un poco raro fue que en el camino al pueblo una mujer mayor que parecía apurada chocó contra mí, pidió disculpas y me regaló una hebilla de metal adornada con piedras preciosas alrededor, agradecí torpemente ante el gesto y continúe mi trayecto.

El poblado tenía un aspecto agradable, era sumamente silencioso y no parecía estar habitado, cuando llegué a la capilla me encontré con un hombre con el rostro cubierto por una máscara. Antes de que pudiera articular palabra alguna me entrego un cofre de madera, lo tomé y me sorprendí al darme cuenta de que no era pesado, levante la mirada para poder agradecer al hombre pero había desaparecido. Confundida guardé el cofre en el bolso de tela que llevaba colgado en mi hombro, al salir de la capilla me percaté de que no faltaba mucho para la puesta de sol así que aceleré el paso, al parecer el pueblo no estaba abandonado y varias personas ya habían salido de sus moradas para colgar lámparas evitando que la obscuridad consumiera el lugar, parecían no tomarme en cuenta así que seguí caminando apresuradamente hasta que fui detenida en tres ocasiones: la primera vez fue por una joven que me obsequió una flor hermosa, en la segunda un hombre me ofreció una bolsa con duraznos (no son mi fruta preferida, pero los acepté gustosa) y la última vez un pequeño niño me regaló un dulce.

Al salir de aquel peculiar poblado el sol amenazaba con ocultarse obligándome a correr por el bosque para llegar lo antes posible a mi hogar. Me sorprendí al escuchar el sonido de ¿risas? No, no podían ser risas ¿quién más en su sano juicio estaría deambulando por el bosque a esas horas? Las risas comenzaron a escucharse más cerca, pensé dos veces antes de voltear hacia atrás con el fin de descubrir de quien se trataba, aspiré con fuerza y gire mientras seguía corriendo. Gravísimo error. Tropecé con la raíz de un gran árbol y me fui a estrellar contra el tronco de otro, las risas aumentaron mientras trataba de incorporarme y al abrir los ojos me encontré con unos brillantes ojos azules que se iluminaban más y más a cada carcajada; la ignoré y seguí con mi camino.

    -      Oye, espera no te vayas. – dijo tratando de sonar preocupada. – No era mi intención burlarme de ti.

Por alguna razón yo ya no corría, esa razón tenía nombre y apellido: torcedura de tobillo. Hacía como si no la escuchara, esa mujer me daba mala espina a nadie normal le brillan los ojos de esa manera, ni tampoco se viste así. La escuche gruñir cuando se dio cuenta de que la estaba ignorando y de alguna manera en un parpadeo se encontraba frente a mí tomándome por los hombros y dedicándome una mirada furiosa, al tratar de darle una patada se convirtió en arena, si, en un montón de arena que comenzó a moverse por el suelo, le perdí rápidamente la pista, me aguante el dolor en mi tobillo y comencé a correr como pude, no había dado más de tres pasos cuando sentí como algo me tomaba del tobillo, perdí el equilibrio pero antes que nada giré para poder caer de espalda al mismo tiempo que escuche un crujido que hizo que me mordiera el labio; como lo suponía se trataba de mi oponente quien con una expresión divertida me estaba arrastrando por el bosque, se me ocurrió lanzarle lo primero que sacara de mi bolso y eso fue un durazno que le dio directo en la cara, soltó mi tobillo y lo siguiente que escuche fue un ¡crack! consecuencia de una patada que me asestó en el estómago, embargada por el dolor se escaparon unas cuantas lágrimas de mis ojos.

    -      ¿Crees que esto es un maldito juego? – dijo mientras volvía a convertirse en arena y la perdí de vista otra vez – Lo único que quiero es eso por lo que te has atrevido a venir hasta acá.

Su voz ahora sonaba como un eco en mi mente, con mucho esfuerzo me senté y apareció de cuclillas frente a mí, su expresión amable era sumamente aterradora, comencé a lanzar puñetazos sin éxito de lastimarla porque convertía en arena cada parte que intentaba golpear. De pronto su rostro divertido se transformó en uno preocupado y comenzó a alejarse de mí, noté que había partes de su cuerpo que no se habían regenerado, aprovechándome de ello le lancé todo lo que encontré el mi bolso (menos el cofre claro está, no soy tan torpe como creen), los duraznos mancharon su ropa y el dulce se enredó en su cabello. A cada objeto que impactaba en su cuerpo sus ojos brillaban furiosos y se arrastraba intentando llegar a mí, cuando estuvo lo suficientemente cerca lo creí todo perdido, busque en mi bolso y lo único que quedaba era la hebilla y esa hermosa flor que la joven me había obsequiado, la saque y enterré con fuerza el tallo en su ojo izquierdo, gritó desesperada, cerré fuertemente los ojos esperando a que desatará su furia contra mí, pero nada sucedió. Me sorprendió dejar de escuchar los gritos y al abrir los ojos lo único que vi fue el bosque iluminado por la luz de la Luna, suspiré solo para recordar que me había roto una costilla.

Recargada en el tronco del gran árbol cuya raíz me hizo tropezar en primera instancia cerré los ojos, abracé mi bolso con el cofre dentro y agradecí mil veces a las personas que me había regalado aquellos objetos.